La frase del momento

¿Morir por mis ideales? ¡Jamás! .. Podría estar equivocado. (Mark Twain)

domingo, 15 de marzo de 2020

El hombre de gris

Diciembre de 2017
Creo que sé demasiado, incluso más de lo que creo saber. Me di cuenta desde el instante en que salí de aquel despacho y me crucé con él en aquel desangelado pasillo. Su fría e inquisidora mirada penetró en mis retinas como si de un bruñido cuchillo se tratase.
Ni siquiera aquí puedo contar lo que averigüé en su despacho, mencionarlo sería mi sentencia, sólo el hecho de ver ese dossier por equivocación encima de su mesa ya la ha firmado.
La vida puede cambiar en un segundo. El que tardé en abrir aquella carpeta con documentos clasificados y echarles un vistazo, ¡maldita sea mi memoria fotográfica y maldita mi curiosidad innata! Significó que no podía salir a la calle sin sentir su glacial presencia en cada minuto de mi anodina vida de analista financiero en la agencia de inteligencia para la que trabajo.
Mi nivel básico de confidencialidad no les genera mucha confianza, pero al fin y al cabo sólo soy un pringao chupatintas en la octava planta de un edificio que ni siquiera existe para los ciudadanos de a pie, pero ahora… Ahora sé demasiado, ¿que cómo lo sé? Creo que lo sé desde el instante en que me di cuenta de que me seguían, desde el mismo momento en que sentí su frío aliento en mi nuca, desde el mismo segundo en que el humo de su cigarrillo me hizo toser.
No tengo deudas con la vida, pero ahora las tengo con una perversa persona de dudosa reputación, que desde su posición piensa que soy como él, que si fuese al contrario me desharía de su existencia sin dejar rastro.
Con lo que sé, puedo derrocar gobiernos, desestabilizar países, provocar incluso una guerra mundial, ¿por qué la gente con poder es así? ¿Cómo puede transformarlos de esa manera? Ya no creo que me dejen vivir en paz, ni aquí ni en ningún otro lugar del mundo.
Llevo tres días sin salir de casa, sin ir al trabajo, no se creen que esté enfermo, aunque a decir verdad tampoco es que me importe mucho, ¡ya contaba con ello! Atrincherado tras una de las ventanas de mi salón puedo ver cómo me vigila, viste de gris y fuma un eterno cigarrillo, sabe que lo observo, eso le da más fuerza, «¿cómo se puede vivir así?», me pregunto en silencio. Oculto en la penumbra apenas puedo distinguirlo, sólo el relumbre de su pitillo delata su presencia, inhalando la nicotina que ha de colapsar sus pulmones, quiebra la oscuridad de las eternas horas nocturnas.
Mi superior, lo llamo así por qué donde yo trabajo, o sería más correcto decir, donde trabajaba –sí, en pasado–, no hay jefes, sólo superiores; pero no se equivoquen, no estoy en el ejército, aunque a veces trabajemos para ellos, o, mejor dicho, ellos trabajan para nosotros. Como decía, mi superior fue muy vehemente cuando me comunicó que «podemos hacer que parezca un accidente, o una decisión desesperada, o que quisiste quitarte la vida, o podemos…» ¡Podemos, podemos, podemos…! No se dan cuenta de que yo también puedo, si quiero, yo también puedo arrastrarlos conmigo.
Hace unos días, por precaución, compré un arma. Seguramente piensen que no debería usarla para defenderme, lo veo en sus caras llenas de hipocresía. Yo también lo creo, pero la tengo, son las ventajas de trabajar en un edificio que no existe, que es invisible. No saben que yo también tengo mis contactos, o seguramente sí lo saben, ellos lo saben todo; yo ahora también y es mi sentencia a una vida en el olvido.
Tengo la suerte o la desgracia, según se mire, de vivir solo. Este trabajo no te autoriza infidelidades, sólo te permite convivir con él las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días al año. Cuando necesito desfogar mis instintos más básicos he de pagar por ello, no soy de jugar en solitario. Sí, pagar, porque no tengo tiempo para preliminares y he de ir al grano en todo momento, no hay tiempo para las dudas ni irse por las ramas. Hubo un tiempo, sobre todo al principio, que no me importaba, ahora lo echo de menos, sentir la respiración cómplice de alguien a mi lado mientras duerme, el tacto de piel contra piel, los reproches por no compartir las tareas domésticas…, ahora echo de menos lo cotidiano de los ciudadanos de la calle, las cosas sencillas que tiene la vida aunque sea complicada, todo eso que nunca tuve ni tendré.
Durante la madrugada, en ese interminable duermevela, el frío metal reposa bajo mi almohada para que no me olvide en cada segundo lo que ocurre.
Suena el teléfono, un silencio sepulcral es todo lo que escucho al otro lado, sólo quebrado al exhalar el humo de su cigarrillo, casi puedo olerlo y sentirlo inundando mis pulmones, colapsando mi corazón que late desbocado. Echamos un pulso para ver quien aguanta más sin romper el mutismo que entumece la línea telefónica. Una última exhalación y se corta la comunicación, hoy he ganado este absurdo juego o lo mismo es que no sabe encender otro cigarrillo con una mano ocupada; pero a mí ¿qué más me da?
Lo sé, presiento que al otro lado de la calle, con la complicidad de la noche, un revólver cambia de dueño arropado por la penumbra de la farola, no tiene marcas ni número de serie, nunca ha sido empleado, pero sé que todas las balas llevan mi nombre, sí, el de aquel individuo con la mesa al lado de la ventana en departamento C, sección quinta del octavo piso de un edificio que no existe.
Tarde o temprano comenzará la cacería, será en los albores de la madrugada, lo sé, soy la pieza que todos ansían, el precio que pagan por mi vida es muy alto, debería escapar mientras pueda; pero allí sigue, imperturbable, bajo la tenue luz de la farola siempre a contraluz y su cigarrillo brillando en la oscuridad, ahí está el hombre de gris, puedo verlo desde mi ventana, ¿os lo había dicho?
La noche pasada otro de ellos se arrastró por las cloacas hasta mi vivienda, no sé como lo hizo ni por donde entró, pero todas los indicios y sus huellas me llevaban hasta el baño, allí estaban para que yo las viese. Por un segundo creí ver su reflejo en el espejo del armario pequeño del baño, me giré rápidamente pero allí no había nadie, sólo quedaba la oscuridad en la que me escondo ahora. Podría ir a la policía pero de que me serviría, ¿acaso me creerían? Están entrenados para no confiar en nadie, y seguro que me harían preguntas para pillarme en un renuncio. No, mejor no recurrir a ellos.
Ya ni siquiera contesto el teléfono, lo dejo sonar hasta que se agota el zumbido que produce, no pasan ni treinta segundos y vuelve a sonar, y así hasta tres veces más. Un olor intenso a muerte colapsa mi pituitaria hasta producirme arcadas, no me deja pensar; pero he de estar alerta a cualquier movimiento, a cualquier sonido.
Oigo como sube por las escaleras, no le importa ser escuchado, sus pasos se dirigen hacia mi puerta, quiere invadir mi territorio, mis músculos en tensión se aferran al frío metal, forcejea con éxito con la cerradura y abre la puerta, la oscuridad recorta su silueta a contraluz convirtiéndolo en la diana en un campo de tiro, levanta su arma, la pone en guardia, sólo puedo ver el brillo de sus ojos cuando se encuentran con los míos, me acerco a él y nos clavamos las miradas, la suya dura como el acero, sin atisbo alguno de compasión, carente de odio, tampoco hay ira en su rostro, es sólo un trabajo más, un objetivo a cumplir sin pararse a meditar en las consecuencias, una muesca en la culata de  su arma, sin rencor ni perdón posible.
Suena un disparo, seguido de dos más, la sangre caliente empapa mi piel, no lo puedo soportar, ahora el metal quema mi mano. La caza ha terminado por hoy.
He de limpiar todo antes de que los vecinos metan sus narices en mis asuntos; tal vez hayan escuchado los disparos, no sé por cuánto tiempo podré ocultarlo. Me asomo a la ventana, frente a ella, abajo en la calle advierto la presencia de otro hombre, va todo de gris y el brillo de su cigarrillo lo delata en la oscuridad.
Sé demasiado, más de lo que ellos creen, incluso más de lo que creo saber…


Primer relato incluido el el libro Archivos Reservados.
Disponible también en tapa blanda:

IMPORTANTE

Los textos e imágenes aquí publicados se encuentran debidamente registrados en la Unidad De Deposito Legal Y Propiedad Intelectual De A Xunta De Galicia.
Es por ello que queda prohibida la reproducción total o parcial, sin el consentimiento expreso del autor de la obra.
Nº de registro: VG184-12

Autor de los textos: Alberto L. Lorente


No hay comentarios:

Publicar un comentario

IMPORTANTE

Los textos e imágenes aquí publicados se encuentran debidamente registrados en la Unidad De Deposito Legal Y Propiedad Intelectual De A Xunta De Galicia.

Es por ello que queda prohibida la reproducción total o parcial, sin el consentimiento expreso del autor de la obra.

Nº de registro: VG184-12

Autor de los textos: Alberto L. Lorente