El indicador de combustible hacia tiempo que se había encendido, y no se daba cuenta exactamente cuando había pasado el aviso de la siguiente gasolinera.
No podía pensar en lo que estaba haciendo, la ultima vez que había parado a repostar había gastado cuarenta euros, unos cuatrocientos kilómetros a recorrer, o eso creía. Ya no conseguía pensar con claridad.
Pero ahora comenzaba a darse cuenta de lo que pasaba, y mucho se temía que se quedaría tirado en mitad de ninguna parte.
-¿Cómo he llegado hasta aquí?
La cobarde decisión que había tomado, atormentaba ahora su cabeza, ya de por si, no muy lúcida.
Mucho se temía que esa noche dormiría en la autopista, aparcado en el arcén, con una temperatura que rondaría los cero grados, y además, sin combustible. Tendría tiempo de pensar en lo que había hecho... Realmente nada malo pero...
-¿Cómo he llegado hasta aquí?
Esa pregunta le rondaba la cabeza desde hacia ya horas, quizás días, o tal vez los meses, desde que había comenzado su caída en el infierno.
El indicador de la reserva ya no parpadeaba. Esa luz roja en el tablero, se clavaba en su retina como cientos de puñales.
Por tercera vez, la pregunta surgió en su cabeza:
-¿cómo he llegado hasta aquí?
y una voz en su interior le contesto:
-Porque eres un cobarde, y siempre lo has sido.
-¿quién ha dicho eso?- gritó, pero nadie contesto...
En ese mismo instante el motor empezó a fallar. La autopista estaba desierta, y no parecía que nadie pudiese echarle una mano. Por primera vez estaba realmente solo ante una situación que no podía controlar.
Como pudo, y siguiendo la inercia del coche, aparco el coche en el arcén y sin quitar la llave del contacto, este se apago emitiendo un pequeño quejido.
¿Que era lo que realmente pasaba por su cabeza? Tantas cosas y ninguna a la vez. Tantos sentimientos contradictorios que su cabeza en todo momento parecía que le iba a estallar.
No sabia ni como expresarlo, parecía que su mente se había convertido en la de un niño que ya no daba para más, o ¿más bien en la de un anciano?.
Encerrado en coche pasaban los minutos, ya había anochecido y el frío empezaba a colarse bajo su ropa. Después de todo lo que había luchado por sobrevivir a dos intentos de suicidio, era curioso que posiblemente podría morir justo cuando había decidido que solo una cosa tenia clara, y era que quería vivir.
A duras penas salió del coche, y al abrir la puerta un ráfaga de viento frío le congeló la sangre. ¡Qué oscuridad mas absoluta!
La luna, con color encarnado muy fuerte, asomaba entre la bruma, pero apenas iluminaba la oscuridad. Ese color sangre que lucía la luna, no le hacia presagiar nada bueno..... (Continuará?)
Texto y fotografías: Alberto L. Lorente
Muy bueno Alberto! Felicidades!!
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