Aquella mañana, ella se levantó
como de costumbre a pesar de ser domingo. A menudo remoloneaba bajo las
sabanas, pero hoy se sentía tan viva, que tenía la necesidad de levantarse
inmediatamente.
Sin hacer ruido subió la persiana
lo suficiente para que entrasen los primeros rayos de luz de la mañana e
iluminasen la habitación de forma tenue.
Se sentó en la butaca que había
en la habitación. Estaba desnuda, pero no le importaba a pesar de que la
temperatura en la habitación no era muy elevada. Se sentía muy cómoda, como
nunca se había sentido en su vida.
Subió los pies sobre el asiento
del sofá, abrazando sus piernas sintiéndose muy sensual, y así permaneció
durante unos instantes, contemplando al hombre que permanecía acostado en la
cama bajo las sabanas, recordando la velada más intensa y dulce de su vida.
Sonriendo recordó como se había
desarrollado, ambos se habían sentido un poco torpes, como dos adolescentes sin
experiencia, en lo que se refiere a sexo. Pero no era eso lo que recordaba sino
la forma tan tierna con que la había tratado, consiguiendo que estuviese muy
cómoda en cada mágico instante, haciendo que se sintiese mujer como hacia
muchísimo tiempo que no se sentía.
Seguía contemplando a su amante
mientras dormía. «No es muy guapo, ni atractivo -
pensó – pero ¿Qué importa eso?». Le gustaba
mirarle. Recorría su piel con la mirada y él parecía sentirlo moviéndose
levemente como si al paso del tacto de su mirada un escalofrío le recorriese el
cuerpo.
Se levantó del sillón y se
deslizó de nuevo entre las sábanas. No quería despertarlo ni romper ese
maravilloso instante.
-¿Acaso esto es un sueño?- Se
preguntó. No, no lo era. Era real, era muy real y suavemente se fue acercando a
su cuerpo, acurrucándose contra él sintiendo su calidez. Sin despertar, él se
acopló a la forma de su abrazo y ella se sintió amada de nuevo.
Se abrazó a él de forma muy
intensa. Sus labios se fundieron con la piel de la espalda de su amado, en un
suave y cálido beso con forma de caricia.
Con la yema de su dedo índice
dibujó un corazón en su pecho y antes de que terminara, él despertó cogiendo su
mano y entrelazando sus dedos la colocó sobre su pecho de manera firme. Podía
sentir el fuerte latido de su corazón y sintió un nuevo beso de ella en la
espalda.
Lentamente se volvió, y
abrazándola de forma suave pero intensa se fundieron sus cuerpos.
Con su dulce mirada le decía que
no quería despertarlo. Él, colocando suavemente el dedo en sus labios, le
indico que no dijese ni una sola palabra que no fuese de amor, ella beso su
dedo delicadamente como si sus labios fuesen de seda, así se sentía en sus
brazos, suave y delicada. Con la mirada, él le respondió que no importaba.
Ambos se fundieron en un beso
suave tierno y dulce, acariciándose los labios. Poco a poco sus cuerpos se
fueron enredando bajo las sabanas. Por un instante, ella sintió que el tiempo
se detenía y le guiñaba un ojo cómplice de ese momento.
Entre ambos no había palabras. Se
sentía tan querida, que sobraban, pues no podían expresar ni una pequeña parte
de lo que sentía.
Solo una mirada, un beso y ese
cálido abrazo bastaban para expresar ese sentimiento tan intenso.
Frente a frente, recorriéndose
con la mirada, afloró en sus labios una sonrisa, recordando la velada de la
noche pasada cuando él la amaba, cuando ella le amaba en la quietud de la
noche.
El susurró:
-Buenos días.
Texto y fotografía: Alberto L. Lorente
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